25/10/09

Todas las ciudades tienen su Caja de Pandora… Los Mercados.

Sonidos…

Para esas crisis existenciales, cuando el autoestima está por los suelos, existe un remedio eficaz, mejor que cualquier terapia psicológica. Vaya al mercado 9 de Octubre y en el plaza encontrará muchos viejitos, que quitándose el sombrero están prestos para recitar los versos más románticos: “vea suquita, no abra tanto los ojos que el sol se está poniendo celoso de su luz”, también hay otros que, menos románticos, igual arrancan sonrisas “mamita, si como caminas cocinas me como hasta el cocolón”. Después de cruzar la plaza, cualquier mujer se siente Helena de Troya, o aunque sea Jasú de las Candelas.


Ya adentro: música, gritos, risas, palabritas y palabrotas. “Que chu, que chu, que chu, que chulla vida” canta Máximo Escaleras en el pequeño radio de un puesto de panelas y chocolate amargo. “Doña Luzzz” grita desde el frente una señora gorda y colorada “De descambiando el billete no sea malita”. El ambiente en general es alegre, la gente se está riendo, si, sonrisas o carcajadas en cualquier lugar. La cordialidad en su máxima expresión abunda en las dueñas de los puestos: “Mi bonita que necesitaba” “Mi corazón venga sin compromiso” “Mi tesoro” “Patronita en que le sirvo”, etc. Y no es que todas las señoras que compran sean las más bellas, ni tampoco pagan un sueldo como para ser llamadas patronas, es que en Cuenca, tal vez por una suerte de herencia colonial, hablamos con diminutivos, con adjetivos que pretenden suavizar las peticiones, de tal manera que parezcan ruegos y no órdenes.


Colores…


Como bandera de Pachakutik o del Movimiento Gay, un arcoíris de frutas, legumbres, hortalizas, gorras y delantales se abre a nuestros ojos cuando caminamos por el segundo piso del mercado 9 de Octubre. El dorado intenso de un chancho horneado combina con jarros de licuadoras rosados, rojos, blancos y tomates, amparados por un letrero que los bautiza como “rompe nucas”, en el tercer piso. El primer piso es monocromático: rojo sangre, (no es el rincón de la pasión sino el piso de las carnes).

Hay más colores, no en los productos exhibidos, sino en las personas. Piel morena de Ana Dután, vendedora de jugos. Ojos amarillos de Marianela, niña que vende el pozo millonario. Ampollas rosadas en las manos de Zoila Calle, vendedora de “espinazo”. Azul marino en el uniforme de los guardias. Celeste en los ojos de un Niño Dios, ubicado en un altarcito en el primer piso.




Olores y Sabores…

Mientras subimos las escaleras los olores pasan en una amplia gama, entre lo desagradable y lo riquísimo. En el primer piso, el olor del pescado, camarón, res y harinas, se mezclan y con la complicidad de un sol intenso se multiplican y opacan olores tan agradables como el de la panela o el chocolate. “Abajo hiede fierote” dice un joven mientras sube apresurado. En el segundo piso hay un olor neutral, los alimentos crudos no despiden olores fuertes, además las vendedoras tienen a mano ambientales y desinfectantes. Pero arriba, ahí sí que la gente empieza a contar las monedas, el olor a hornado, encebollado, llapingacho, mote pelado, es tan exquisito que las menos de 20 mesas que hay en el patio de comidas no alcanzan a ser bien desocupadas cuando otra familia ya se ha acomodado.



Y si los olores gustan, los sabores cautivan. Me acerco a un puesto de hornado, y antes de que pida, la señorita ya me ofrece un buen pedazo, “Coma nomás suquita sin compromiso”. No me importó que con la mano que arrancó el trozo que me dio, segundos antes haya sacado “sueltos” de su delantal para dar un vuelto. Está riquísimo, tengo hambre… deme un platito de dólar y medio por favor, pero pondrá cascarita. Después del hornado, tomo un “rompe nucas” pago treinta centavos por un buen vaso, y me preguntó por qué en el cine pagamos dos dólares por un té insípido.


¿Hay más?

Por supuesto que hay más. Las vendedoras tienen quejas que les gustaría que el alcalde escuche: las del tercer piso no están cómodas con la ubicación, porque personas mayores y discapacitados no pueden subir tantas gradas, las del primer piso piden refrigeración para los productos perecibles, las del segundo dicen que, aunque haya guardias, afuera la delincuencia continúa. La gente que llega, habla del triunfo del Cuenquita pero también se lamenta de que haya subido la cebolla.
En el mercado 9 de Octubre y en todos los mercados en general, se sintetiza la ciudad. Tal vez no veremos a los “pelucones” pero sí a una gran cantidad de gente, con ideas, con aspiraciones, con alegría, con vicios.

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